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Poemas en música

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Santa Hildegard von Bingen

O viridissima virga. Letra y música de santa Hildegard von Bingen (1098-1179)

Oh verdísima vara, ave, que en el soplo de viento de la pregunta de los santos brotaste.
Cuando vino el tiempo en el que floreciste en tu rama, ave, salve porque el calor del sol se destiló en ti como el olor del bálsamo.
Pues una flor hermosa surgió en ti la cual dio su perfume a todos las especias que estaban secas.
Y todas aquellas reaparecieron en pleno verdor.
Del cielo enviaron rocío sobre la hierba y toda la tierra se alegró, ya que su vientre produjo el trigo y las aves del cielo hicieron nido en ella.
De aquí fue hecho el alimento para los hombres y la gran alegría para los comensales. Por lo cual, oh dulce Virgen, en ti no falta ninguna alegría.
Eva despreció todas estas cosas. Pero ahora, alabado sea el Altísimo.


Oh Fortuna, poema inicial y final de Cármina burana. Letra: Anónimo, hacia el 1230. Música: Carl Orff (1895-1982)

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Portada de Cármina burana

Oh Fortuna,
como la luna
variable de estado,
siempre creces
o decreces;
¡Que vida tan detestable!
ahora oprime
después alivia
como un juego,
a la pobreza
y al poder
lo derritió como al hielo.

Suerte monstruosa
y vacía,
tu rueda gira,
perverso,
la salud es vana
siempre se difumina,
sombrío
y velado
también a mí me mortificas;
ahora en el juego
llevo mi espalda desnuda
por tu villanía.

La Suerte en la salud
y en la virtud
está contra mí,
me empuja
y me lastra,
siempre esclavizado.
En esta hora,
sin tardanza,
toca las cuerdas vibrantes,
porque la Suerte
derriba al fuerte,
llorad todos conmigo.


Miserere mei. Letra: Salmo 50. Música: Gregorio Allegri (1582-1652)

Ten piedad de mí, oh Dios, por tu gran bondad,
de acuerdo con la multitud de tus piedades, elimina todas mis ofensas.
Lávame más de mi maldad y límpiame de mi pecado.
Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre delante de mí.
Contra ti solo he pecado y he hecho lo malo delante de tus ojos: que seas reconocido justo en tu palabra y claro cuando sea juzgado.
He aquí, yo nací en iniquidad y en el pecado de mi madre fui concebido.
Pero he aquí, que requieres la verdad en lo íntimo y me haces entender la sabiduría secretamente.
Tú, purifícame con hisopo, y seré limpio: Tú, lávame, y quedaré más blanco que la nieve.
Tú me haces oír hablar de gozo y alegría: como los huesos que han abatido mi regocijo.
No vuelvas tu rostro hacia mis pecados y saca todas mis maldades.
Hazme de un corazón limpio, oh Dios, y renueva un espíritu recto dentro de mí.
No me alejes de tu presencia y no tomes tu Espíritu Santo de mí.
Dame la alegría de tu ayuda nuevamente y afírmame con tu espíritu libre.
Entonces voy a enseñar tus caminos a los malos y los pecadores se convertirán a ti.
Líbrame del pecado sanguíneo, oh Dios, tú que eres el Dios de mi bienestar, y cantará mi lengua tu justicia.
Tú me abrirás los labios, oh Señor, y mi boca mostrará tu alabanza.
Pues si hubiérais querido un sacrificio, yo os lo hubiera dado: pero no os deleitáis en los holocaustos.
El sacrificio de Dios es un espíritu quebrantado: un corazón contrito y roto, oh Dios, no lo desprecies.
Que seas favorable y benigno para con Sion: para que se edifiquen los muros de Jerusalén.
Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, con los holocaustos y oblaciones: entonces se ofrecen becerros sobre tu altar.


Popule meus. Letra: Homilía pascual. Música: José Ángel Lamas (1775-1814)

Pueblo mío: ¿Qué te he hecho o en qué te he ofendido? Respóndeme.
Por haberte sacado de la tierra de Egipto, ¿has preparado una cruz a tu Salvador?
Por haber castigado a Egipto con sus primogénitos, ¿me has entregado para ser flagelado?
Yo te saqué de Egipto, hundí al faraón en el mar rojo y tú me entregaste a los príncipes de los sacerdotes.
Ante ti abrí el mar Rojo y tú abriste mi costado con la lanza.
Te guié en la columna de nube y tú me llevaste al pretorio de Pilatos.
Te alimenté con maná en el desierto y tú me heriste con bofetadas y azotes.
De la roca te di a beber el agua saludable y tú me diste a beber hiel y vinagre.
Yo por ti herí a los reyes cananeos y tú con una caña heriste mi cabeza.
Te di un cetro real y tú pusiste en mi cabeza una corona de espinas.
Yo te exalté con gran poder y tú me levantaste en el patíbulo de la cruz.


Oda a la alegría (Cuarto movimiento, Sinfonía Nº 9). Letra: Friedrich von Schiller (1759-1805). Música: Ludwig van Beethoven (1770-1827)

Ángel tocando flajolé, por Edward Burne-Jones

Solo de barítono
¡Oh amigos, cesad esos ásperos cantos.
Entonemos otros más agradables
y llenos de alegría.
¡Alegría, alegría!

Solo de cuarteto de voces y coro
¡Alegría, hermosa chispa de los dioses,
hija del Elíseo!
¡Ebrios de ardor penetramos,
diosa celeste, en tu santuario!
Tu hechizo vuelve a unir
lo que el mundo había separado,
todos los hombres se vuelven hermanos
allí donde se posa tu ala suave.

Quien haya alcanzado la fortuna
de poseer la amistad de un amigo, quien
haya conquistado a una mujer deleitable,
una su júbilo al nuestro.
Sí, quien pueda llamar suya aunque
sólo sea a un alma sobre la faz de la Tierra.
Y quien no pueda hacerlo,
que se aleje llorando de esta hermandad.

Todos los seres beben la alegría
en el seno de la naturaleza,
todos, los buenos y los malos,
siguen su camino de rosas.
Nos dio ósculos y pámpanos
y un fiel amigo hasta la muerte.
Al gusano se le concedió placer
y al querubín estar ante Dios.

Solo de tenor y coro masculino
Gozosos, como los astros que recorren
los grandiosos espacios celestes,
transitad, hermanos,
por vuestro camino, alegremente,
como el héroe hacia la victoria.

Coro
¡Abrazaos, criaturas innumerables!
¡Que ese beso alcance al mundo entero!
¡Hermanos!, sobre la bóveda estrellada
tiene que vivir un Padre amoroso.

¿No vislumbras, oh mundo, a tu Creador?
Búscalo sobre la bóveda estrellada.
Allí, sobre las estrellas, debe vivir.

¡Alegría, hermosa chispa de los dioses,
hija del Elíseo!
¡Ebrios de ardor penetramos,
diosa celeste, en tu santuario!
Tu hechizo vuelve a unir
lo que el mundo había separado,
todos los hombres se vuelven hermanos
allí donde se posa tu ala suave.

¡Alegría, hermosa chispa de los dioses,
hija del Elíseo!
¡Alegría, bella chispa divina!


Sinfonía Nº 2 (Resurreción). Letra: Friedrich Klopstock (primeras ocho líneas). Música: Gustav Mahler (1860-1911)

Cristo de San Damián
Cristo de San Damián

Coro, Soprano
¡Resucitarás, sí, resucitarás,
polvo mío, tras breve descanso!
¡Vida inmortal
te dará quien te llamó!

¡Para volver a florecer has sido sembrado!
El dueño de la cosecha va
y recoge las gavillas
¡a nosotros, que morimos!

Contralto
Oh, créelo, corazón mío, créelo:
¡Nada se pierde de ti!
¡Tuyo es, sí, tuyo, lo que anhelabas!
¡Lo que ha perecido resucitará!

Soprano
Oh, créelo: ¡no has nacido en vano!
¡No has sufrido en vano!

Coro
¡Lo nacido debe perecer!
¡Lo que ha perecido, resucitará!

Coro, Contralto
¡Deja de temblar!
¡Prepárate para vivir!

Soprano, Contralto
¡Oh, dolor! ¡Tú, que todo lo colmas!
¡He escapado de ti!
¡Oh, muerte! ¡Tú que todo lo doblegas!
¡Ahora has sido doblegada!

Coro
Con alas que he conquistado,
en ardiente afán de amor,
¡levantaré el vuelo
hacia la luz que no ha alcanzado ningún ojo!
¡Moriré para vivir!

Coro, Soprano, Contralto
¡Resucitarás, sí, resucitarás,
corazón mío, en un instante!
Lo que ha latido,
¡habrá de llevarte a Dios!


Sinfonía de los Salmos. Letra: Salmos 38, 39 y 150. Música: Ígor Stravinski (1882-1971)

Salmo 39. Del maestro de coro. De Iedutún. Salmo de David.
Yo pensé: «Voy a vigilar mi proceder para no excederme con la lengua; le pondré una mordaza a mi boca, mientras tenga delante al malvado». Entonces me encerré en el silencio, callé, pero no me fue bien: el dolor se me hacía insoportable; el corazón me ardía en el pecho, y a fuerza de pensar, el fuego se inflamaba, ¡hasta que al fin tuve que hablar! Señor, dame a conocer mi fin y cuál es la medida de mis días para que comprenda lo frágil que soy: no me diste más que un palmo de vida, y mi existencia es como nada ante ti. Ahí está el hombre: es tan sólo un soplo, pasa lo mismo que una sombra; se inquieta por cosas fugaces y atesora sin saber para quién. Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda? Mi esperanza está puesta sólo en ti: líbrame de todas mis maldades, y no me expongas a la burla de los necios. Yo me callo, no me atrevo a abrir la boca, porque eres tú quien hizo todo esto. Aparta de mí tus golpes: ¡me consumo bajo el peso de tu mano! Tú corriges a los hombres castigando sus culpas; carcomes como la polilla sus tesoros: un soplo, nada más, es todo hombre. Escucha, Señor, mi oración; presta oído a mi clamor; no seas insensible a mi llanto, porque soy un huésped en tu casa, un peregrino, lo mismo que mis padres. No me mires con enojo, para que pueda alegrarme, antes que me vaya y ya no exista más.

Salmo 40. Del maestro de coro. Salmo de David.
Esperé confiadamente en el Señor: él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. Me sacó de la fosa infernal, del barro cenagoso; afianzó mis pies sobre la roca y afirmó mis pasos. Puso en mi boca un canto nuevo, un himno a nuestro Dios. Muchos, al ver esto, temerán y confiarán en el Señor. ¡Feliz el que pone en el Señor toda su confianza, y no se vuelve hacia los rebeldes que se extravían tras la mentira! ¡Cuántas maravillas has realizado, Señor, Dios mío! Por tus designios en favor nuestro, nadie se te puede comparar. Quisiera anunciarlos y proclamarlos, pero son innumerables. Tú no quisiste víctima ni oblación; pero me diste un oído atento; no pediste holocaustos ni sacrificios, entonces dije: «Aquí estoy. En el libro de la Ley está escrito lo que tengo que hacer: yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón». Proclamé gozosamente tu justicia en la gran asamblea; no, no mantuve cerrados mis labios, tú lo sabes, Señor. No escondí tu justicia dentro de mí, proclamé tu fidelidad y tu salvación, y no oculté a la gran asamblea tu amor y tu fidelidad. Y tú, Señor, no te niegues a tener compasión de mí; que tu amor y tu fidelidad me protejan sin cesar. Porque estoy rodeado de tantos males que es imposible contarlos. Las culpas me tienen atrapado y ya no alcanzo a ver: son más que los cabellos de mi cabeza, y me faltan las fuerzas. Líbrame, Señor, por favor; Señor, ven pronto a socorrerme. Que se avergüencen y sean humillados los que quieren acabar con mi vida. Que retrocedan confundidos los que desean mi ruina; queden pasmados de vergüenza los que se ríen de mí. Que se alegren y se regocijen en ti todos los que te buscan y digan siempre los que desean tu victoria: «¡Qué grande es el Señor!» Yo soy pobre y miserable, pero el Señor piensa en mí; tú eres mi ayuda y mi libertador, ¡no tardes, Dios mío!

Salmo 150. ¡Aleluya!
Alaben a Dios en su Santuario,
alábenlo en su poderoso firmamento;
alábenlo por su inmensa grandeza.
Alábenlo con toques de trompeta,
alábenlo con el arpa y la cítara.
Alábenlo con tambores y danzas,
alábenlo con laudes y flautas.
Alábenlo con platillos sonoros,
alábenlo con platillos vibrantes.
¡Que todos los seres vivientes
alaben al Señor!
¡Aleluya!


Cantata criolla. Letra: Alberto Arvelo Torrealba (1905-1971). Música: Antonio Estévez (1916-1988)

…EL DIABLO: Cuando no se ha defendío lo que se perdió no importa si está de pies el vencío, porque el orgullo indomable vale más que el bien perdío. Por eso es que me lo llevo con la nada por avío, en bongo de veinte varas que tiene un golpe sombrío. Y vuelvo a cambiarle el pie a ver si topa el atajo.

FLORENTINO: A ver si topa el atajo. Cuando se fajan me gusta porque yo también me fajo. Zamuros de la Barrosa del alcornocal de abajo: ahora verán, señores, al Diablo pasar trabajo.

EL DIABLO: Al Diablo pasar trabajo. No miente al que no conoce ni finja ese desparpajo, mire que por esta tierra no es primera vez que viajo, y aquí saben los señores que cuando la punta encajo al mismo limón chiquito me lo chupo gajo a gajo.

FLORENTINO: Me lo chupo gajo a gajo. Usté que se alza el copete y yo que se lo rebajo. No se asusten compañeros, déjenlo que yo lo atajo, déjenlo que pare suertes, yo sabré si le barajo; déjenlo que suelte el bongo pá’que le coja agua abajo; antes que Dios amanezca se lo lleva quien lo trajo; alante el caballo fino, atrás el burro marrajo. ¡Quién ha visto dorodoro cantando con arrendajo! Si me cambió el consonante yo se lo puedo cambiar.

EL DIABLO: Yo se lo puedo cambiar. Los graves y los agudos a mí lo mismo me dan, porque yo eché mi destino sobre el nunca y el jamás. Ay catire Florentino, cantor de pecho cabal, qué tenebroso el camino que nunca desandará, sin alante, sin arriba, sin orilla y sin atrás. Ya no valen su baquía, su fe ni su facultá, catire quitapesares arrendajo y turupial.

FLORENTINO: Arrendajo y turupial. De andar solo esa vereda los pies se le han de secar, y se le hará más profunda la mala arruga en la faz; porque mientras llano y cielo me den de luz su caudal, mientras la voz se me escuche por sobre la tempestá, yo soy quien marco mi rumbo con el timón del cantar. Y si al dicho pido ayuda, aplíquese esta verdá: que no manda marinero donde manda capitán.

EL DIABLO: Donde manda capitán usted es vela caída, yo altivo son de la mar. Ceniza será su voz, rescoldo de muerto afán, sed será su última huella náufraga en el arenal, humo serán sus caminos, piedra sus sueños serán, carbón será su recuerdo, lo negro en la eternidá, para que no me responda ni se me resista más. Capitán de la Tiniebla es quien lo viene a buscar.

FLORENTINO: Es quien lo viene a buscar. Mucho gusto en conocerlo tengo señor Satanás. Zamuros de la Barrosa salgan del Arcornocal que al Diablo lo cogió el día queriéndome atropellar. Sácame de aquí con Dios Virgen de la Soledá, Virgen del Carmen bendita, sagrada Virgen del Real, tierna Virgen del Socorro, dulce Virgen de la Paz, Virgen de la Coromoto, Virgen de Chiquinquirá, piadosa Virgen del Valle, santa Virgen del Pilar, fiel Madre de los Dolores dáme el fulgor que tú das. San Miguel dame tu escudo, tu rejón y tu puñal, Niño de Atocha bendito, Santísima Trinidá.


Virgen del Perpetuo Socorro
Virgen del Perpetuo Socorro

Sinfonía Nº 3 (Sinfonía de las lamentaciones). Música: Henryk Górecki (1933-2010)

Primer movimiento. Lamento de la Virgen María, siglo XV
Mi querido hijo, mi predilecto,
comparte las heridas con tu madre.
Ya que he sido yo, querido hijo,
quien te ha llevado en el corazón,
y quien tan fielmente te ha servido.
Háblale a tu madre para hacerla feliz,
pues ya me abandonas, dulce esperanza mía.

Segundo movimiento. Mensaje escrito en la pared de una cárcel de la Gestapo durante la Segunda Guerra Mundial, por Helena Blazusiakówna, de 18 años
Mamá, no llores, no.
Inmaculada Reina de los Cielos,
apóyame siempre.
Ave María, llena eres de gracia.

Tercer movimiento. Canción folclórica sobre una madre que busca a su hijo asesinado durante la insurrección silesia de 1919
…Oh, cantad para él,
pajarillos cantores de Dios,
porque su madre
no puede hallarlo.

Y vosotras, florecillas de Dios,
floreced a su alrededor,
para que al menos mi hijo
pueda disfrutar soñando.

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